En mayo de 2025, la Municipalidad de San Isidro anunció con orgullo la incorporación de contenedores nuevos de basura. El plan, según la gestión, buscaba mejorar la limpieza urbana y generar conciencia ambiental. Pero en la práctica, la vida cotidiana para miles de vecinos —especialmente jóvenes que se mueven en moto, bicicleta o auto— se volvió más complicada.

“Entre los pozos, los tachos y el tránsito, llegar a horario es un milagro”, se queja Martín, 27 años, que trabaja en Acassuso y cursa en Capital.

“A veces no pasan durante dos días, y cuando vienen, ya hay desborde total. Los vi mil veces tirar la basura del contenedor de reciclables con la basura general”, expresó Florencia de Villa Adelina. En redes sociales y medios locales, las imágenes de montañas de basura pegadas a los nuevos recipientes contrastan con los comunicados oficiales.

Pero lo peor no es solo el espacio: la basura sigue ahí. A pesar del equipamiento nuevo, la recolección no mejoró. Hay residuos acumulados alrededor de los contenedores, bolsas rotas, olores fuertes y proliferación de ratas en veredas donde la gente espera colectivos o entra a trabajar. Lo que se vendió como modernización, terminó siendo maquillaje sin gestión.

Desde la gestión de Ramón Lanús no se informaron refuerzos en frecuencia de recolección, ni nuevas rutas logísticas. Tampoco hay datos públicos sobre la evaluación del impacto ni sobre el costo total del programa. Las redes se llenan de fotos con tachos desbordados y veredas intransitables.

Para una generación que valora el ambiente, la eficiencia y el acceso, el fracaso de este sistema no es solo un error: es un retroceso innecesario.